¿Quién es el mercado?
El mercado de bonos es la madre de todos los mercados. El saxofonista Bill Clinton, predecesor del baterista Obama, tenía un brillante asesor económico (valga la paradoja) que resumía así su potencial devastador: “Yo solía pensar que me reencarnaría como presidente o estrella de béisbol. Ahora quiero volver como mercado de bonos; así puedes machacar a cualquiera”. Llega tarde. Bill Gross es ya el jefe supremo del mayor fondo en ese mercado. Gross hizo fortuna con el blackjack en Las Vegas. Presume de invertir como juega a las cartas. Y se ha erigido en oráculo de los inversores, esos psicópatas del dinero tan dados al efecto rebaño como los fans de Ronaldo (santa manía de las metáforas).
Hay otros mercados, otros mercaderes. Por ahí resoplan los Soros, los Buffett y otras ballenas blancas. Personalmente, siento predilección por dos. Jim Simons, genial matemático, dejó la ciencia por Renaissance, un exitoso fondo que se gestiona por ordenador, sin apenas personal (A Simons le encanta Orwell y su Rebelión en la granja, se siente el burro Benjamín. Pero esa es otra historia). Y las viudas: Scottish Widows nació hace dos siglos para ayudar a las mujeres de unos pocos clérigos que tenían la fea costumbre de morirse. Paradigma de la frugalidad calvinista en su día, hoy es un gigantesco fondo de pensiones capaz de cualquier cosa en nombre de los adorables jubilados.
Gross, Simons y las viudas simbolizan el monstruo, la versión del capitalismo que hizo crac. Un casino plagado de obsesos de las mates donde el dinero es el dios al que sacrificar lo que haga falta. “Todo para nosotros y nada para los demás ha sido la ruin máxima de los amos de la humanidad en las diversas épocas de la historia”. Parece Marx. Pero es Adam Smith, el de la mano invisible que invocan los fundamentalistas del mercado. Una mano para la que no estaría mal tener unas esposas en forma de regulación, esa reliquia vintage. Y ahora sí, me voy a por el alpiste. On the rocks.
CLAUDI PÉREZ.
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