Los buitres vuelven a sobrevolar el maltrecho cuerpo heleno. Otra vez se
repite hasta la saciedad que hay que cumplir las reglas, que hay que pagar lo
que se debe, que no hay otra manera de hacer las cosas. No hacemos más que ver
tertulias en la televisión haciendo hincapié en estas cuestiones. Se asume el
derecho de los acreedores a cobrar lo que es suyo y se marcan las normas que
hay que aplicar para que dicho derecho sea real y efectivo: rebaja de los
salarios públicos, aumento del IVA y otros impuestos, recorte de las pensiones…
Yo me pregunto, ¿alguien, además de Tsipras, ha pensado lo que todo eso
que se quiere imponer supondrá para Grecia?
Yo mismo me respondo:
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En primer lugar, la derrota y humillación (una
vez más) del orgullo de un país y un pueblo que no se merecen semejante
maltrato.
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En segundo lugar, conducir progresivamente a la
miseria a las clases medias helenas que aún resisten la embestida.
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A continuación, el más atroz cercenamiento y,
hasta la más horripilante castración del pueblo griego, despojado de cualquier
atisbo de posibilidad de recuperación en un futuro.
La maquinaria del poder económico mundial está en marcha y a todo gas.
Se toman posiciones, se acorrala al animal herido de muerte esperando a que
caiga para cobrar la presa. De paso, se intenta viciar el aire fresco que
empezaba a entrar por algunas ventanas de esta casa con aluminosis que se llama
Europa. Estamos en un momento clave de la cacería. No hay margen para la duda.
Si lo haces, caerás en las garras del poder. Si no mantienes tu posición,
empezarás a pensar que el aire fresco no era más que una ilusión, un canto de
sirenas que te llevaría al abismo. Sentirás frío (o calor excesivo), notarás
que tus extremidades se paralizan, te entrará un terror descontrolado y
correrás hacia atrás hasta entrar nuevamente en la guarida que tan hábilmente
ha diseñado el depredador para ti: otra vez, te creerás a salvo encadenado a la
maquinaria del sistema y, nuevamente, dejarás de pensar en que otro modo de
vivir y hacer las cosas es posible.
Ahora más que nunca, el pueblo griego debe hacer sentir a su máximo
representante que están con él, que tiene el destino de todo un país (y hasta
de todo un continente) en sus manos. Debe hacerle llegar con total claridad qué
quiere que haga, qué quiere que pacte o qué no quiere que pacte. No es momento
para dudar. El camino estaba marcado. Nos jugamos mucho en estos días. Las
decisiones que el gobierno heleno tome en sus conversaciones con el poder
económico marcarán el futuro no solo de Grecia, sino de todos aquellos que
recibimos con entusiasmo la entrada de aire fresco por el este de Europa.
Insisto, es el momento de la verdad, el momento de mantener los
principios (aun a costa de romper totalmente con lo establecido) o, de lo contrario,
sucumbir…y morir en las garras del depredador.
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