La situación económica y social (o lo que es lo mismo, el orden vital
tal y como lo conocemos desde hace mucho tiempo) está cada vez peor, cada día
más asediado y enfermo de gravedad. Me temo lo peor, que todo lo que conocemos
muchas generaciones de personas en España (y en Europa) desde que nacimos está
a punto de desaparecer. El orden de cosas actual es un enfermo terminal que
sólo recibe tratamiento paliativo, pero ya no tiene cura. Cada día salen más y
más propuestas desde diversos sectores, organismos, grupos políticos,
entidades.... que no hacen sino minar un poco más los cimientos de un sistema
que –aunque con muchos defectos- nos hizo libres y nos permitió hacer realidad
muchos sueños de igualdad de oportunidades y de solidaridad. Este sistema fue
costosamente construido paso a paso por muchas generaciones, que pagaron con su
esfuerzo, lucha, trabajo y hasta la propia vida. Claro está, me refiero al
estado de bienestar que, remontándonos en la Historia, comenzó con las primeras
revoluciones libertarias del siglo XVII en Gran Bretaña, tuvo continuidad en la
lucha por la “libertad, igualdad y fraternidad” de la Francia del XVIII, las
luchas obreras y sociales del XIX y desembocó en el terrible siglo XX, con sus
convulsas luchas totales por la libertad, la supervivencia, los derechos
civiles y sociales…, con millones de seres humanos muertos en guerras
fratricidas, de aniquilación y de destrucción masiva. No, no estoy exagerando.
Es tal y como lo cuento. El que no lo entienda así debería leer un poco de
historia y de por qué ocurrieron muchos de los acontecimientos pasados a los
que aludo.
Estamos en una encrucijada porque, al mismo tiempo que se luchaba por
construir un mundo mejor, un futuro más próspero, hemos dejado crecer y hemos alimentado
un monstruo en las propias entrañas del sistema. Me explico: de las luchas por
la libertad acabaron surgiendo regímenes totalitarios. Unos, prostituyendo el
origen de la lucha de clases (como ocurrió en Rusia y el Este de Europa) y
otros, como soporte político de un sistema capitalista en el que, en aras a un
supuesto orden para salvar una nación del caos (caso de la dictadura
franquista) o en aras a unas supuestas libertades (las “democracias”
occidentales) no se hacía otra cosa más que alimentar el poder de determinados
grupos, recolocados una y otra vez sistemáticamente a la cabeza para tomar las
decisiones (políticas, económicas, sociales…) que mejor servían, y sirven, a
sus intereses particulares. Estos grupos, que reciben muchos nombres (uno muy
conocido es el de lobbies), dirigen el destino de millones de seres humanos.
Marcan las reglas del juego que los gobiernos aplican como operarios eficientes
de una maquinaria perfecta. Puede parecer que algunos intentan resistirse,
oponerse, cambiar el rumbo de las cosas, pero no es más que parte del juego.
Nos hacen creer que adoptan decisiones guiados por programas libres
configurados en la sede del partido, en el sindicato, etc…Programas que, según
afirman, nacen de una manera de entender el mundo, de una filosofía vital. No
es más que pan y circo. Nos presentan distintas caras de un poliedro para que
cada cual pueda elegir dónde ubicarse para sentirse más cómodo y para, en el
“juego democrático”, poder sentirse vencedor y coprotagonista del devenir de
los acontecimientos. Todo es falso porque todo obedece a un mismo objetivo: perpetuar
el poder de los mismos, los que verdaderamente rigen nuestra vida y nuestro
destino.
Las noticias sobre las nuevas iniciativas de cambio que día a día
podemos oír y escuchar son para echarse a temblar. Hasta ahora todo iba viento
en popa. Dentro de ese juego de engaño (yo diría de autoengaño) nos
abandonábamos al hedonismo del sistema porque las recetas ofrecidas siempre
suponían pequeños (yo añadiría míseros) avances o mejoras en nuestras vidas: un
pequeño aumento salarial, una obra o infraestructura que supuestamente traería
progreso a toda una comunidad, un estadio nuevo para “nuestro” equipo de fútbol
(¡ah!, el fútbol, ¡qué gran poder de convocatoria y de… control de masas! Y,
que conste, que a mí me gusta), una ley aquí o allá que, al menos sobre el
papel, favorecería a una gran cantidad de personas, etc… A pesar de que muchos
no creíamos en las “bondades” del statu quo, fuimos igualmente cómplices de que
se perpetuara, al abandonarnos y vendernos por unas pocas monedas de plata.
La situación actual ya no es tan idílica. Los motivos hedonistas del
sistema han desaparecido como si un mago malvado los hubiera hecho desaparecer.
Poco a poco (o bruscamente) nos han quitado la morfina y ahora sentimos el
dolor y nos preguntamos qué ha pasado, qué es lo que ha hecho que todas esas
míseras recetas que nos hacían felices (o, al menos, nos tranquilizaban en
nuestras propias realidades existenciales) hayan desaparecido. Es posible que
algunos (o quizá muchos aún, no lo sé) se estén levantando después del golpe
encajado sin saber por qué o cómo les ha pasado. Creo que ya no debemos
abandonarnos por más tiempo. No podemos seguir creyendo que lo que pasa tiene
que pasar, que lo que pasa es culpa nuestra o de algunos que no han sabido
hacer bien las cosas. Peor aún , no debemos pensar que esto es una mala racha,
un ciclo más que pasará y que, una vez superado, hará que vuelva la morfina que
nos quite el dolor. No hay vuelta atrás. No sé por qué el orden que conocemos
desde hace mucho tiempo ya no sirve a los intereses de los que rigen nuestro
destino, pero los cambios que se están llevando a cabo van a desembocar en un
nuevo orden que va a dejar (está dejando ya) a muchos en el camino.
Repito, estamos en una encrucijada. No sé si tenemos (me refiero a los
mortales comunes) una mínima oportunidad para no sucumbir. Pero, de todas
formas, o quizá porque no nos queda otro remedio, debemos enfrentarnos al gran
monstruo de una vez por todas. No cabe ya refugiarse en vanas, infantiles y
egoístas esperanzas de que todo esto pasará y todo volverá a ser como antes. Es
el momento de la verdad. El momento de tomar partido por un auténtico cambio
(justo y solidario). Debemos ser conscientes de que los movimientos que están
teniendo lugar (en el orden político, económico y social) nos pueden llevar por
delante a cualquiera de nosotros. Cualquiera puede ser uno de los que se quede
en el camino. Así que ya no vale esconderse. Quizá esta sea la gran oportunidad
(y la última) que se nos brinda a la Humanidad para intentar hacer bien las
cosas de una vez por todas y para siempre.